Aunque esto pueda sonar algo extraño o absurdo, lo cierto es que el mundo de la ciencia de los materiales y la transformación tecnológica nos sorprende constantemente con su capacidad de convertir elementos cotidianos en soluciones altamente innovadoras.
Los paneles solares que hoy vemos en techos y campos solares, están compuestos principalmente de silicio, un elemento que se extrae del dióxido de silicio (SiO₂), cuyo componente base es, nada más y nada menos, que la Arena. El proceso de la arena para convertirse en una célula solar fotovoltaica es largo y altamente técnico.
En primer lugar, la arena debe ser purificada para eliminar impurezas, donde se obtiene un silicio con una pureza que puede superar el 99.9999%. A este nivel se le conoce como silicio grado solar o silicio monocristalino.
Luego, este silicio se funde y se forma en lingotes cilíndricos o bloques rectangulares, que posteriormente se cortan en láminas ultradelgadas llamadas obleas. Estas obleas son tratadas químicamente y estructuralmente para convertirse en células solares, capaces de transformar la luz del sol en electricidad.
Estas células se ensamblan en módulos, que forman finalmente los paneles solares que conocemos.